El come niños
En la casa de mi amiga Sara, los niños son tan normales como los grillos en el verano, ¡y chillan igual! No es que tenga muchos hijos, pero si cuida a todos los de sus vecinos en las vacaciones, además de sus tres propios. Son unos 13 en total y, sinceramente, no sé cómo lo soporta. Es todo un misterio.
Un día oscuro, de esos que anuncian lluvias con truenos que te llegan a la médula, uno de los niños que se había ido hacía una hora, llegó corriendo a casa con la que sería la mejor noticia de sus cortas vidas. Parecía ido, medio cegado por la emoción, parecía un robot repitiendo cada palabra. Tocó a uno de sus amigos, y luego a otro, ya era tarde, solo quedaban ellos tres; los hijos de Sara, por fortuna, veían la TV absortos con los malabares del señor Spartacus. Los mayores nos encontrábamos en una charla de esas de grandes, aburrida y seria a morir, así que no prestamos mucha atención a lo que pasaba en el cuarto del lado con esos gritos emocionados que prometían dulces y juguetes gratis, ni siquiera los padres de los dos pequeños que iban a recoger. Gran error.
El repentino silencio llegó a mí como un mal agüero. Estaba parada junto a las escaleras con los demás cuando me excusé y fui al cuarto buscando encontrar a los causantes del ruido que ahora extrañaba, y fue allí, por la ventana, donde vi como daban vuelta a la esquina en medio de una gran carrera. No sé qué me pasó, pero no dije nada y salté por la ventana, como supuse ellos habían hecho. Corrí tras ellos y los alcancé sin ser vista, esperando encontrar el sitio al que buscaban ir con tanta prisa. A tres cuadras hacia el sur, justo a mitad de la carrera, en una casa destartalada y oscura, con todas las ventanas tapadas, un hombre esperaba en la sombra de la puerta. Los niños pararon allí, recibieron un dulce y siguieron escaleras arriba al hombre que prometía más. En el afán, yo también los seguí. Luego todo fue muy rápido, la adrenalina me inundó, y antes de que pudiera darme cuenta siquiera, estaba abriendo una de las dos habitaciones del lugar.
Contra una esquina, cinco niños esperaban, aterrados, apeñuscados y sucios, su verdadero destino; tres de ellos eran los que yo buscaba, y por más que los zarandeé o arrastré, ninguno reaccionó más que para golpearme y volver a pegarse a los demás. «Aún nos quedan dos días» dijo uno de los niños antes de que yo saliera de la habitación en dirección a la calle a pedir ayuda. Grité y llamé por teléfono a Sara, luego corrí arriba con gotas de sudor rodando por mi nuca y el corazón desbocado, sin pensar en mi seguridad, solo en el bienestar de los niños.
La habitación restante ahora estaba abierta, cubierta de una luz mortecina y nauseabunda. Entré y lo vi, sentado, arqueado hacia el frente, al mismo hombre de la puerta, pero esta vez convertido en un espectro, con un niño en las piernas y otro muerto a sus pies, consumiendo sus vidas con sorbos y mordiscos, sin parar siquiera por mi presencia. Me tembló el cuerpo y sin pensarlo dos veces, arrebaté al niño de sus brazos y me abalancé sobre él, ahorcándolo mientras le veía a los ojos de sangre que le pertenecían.
Nunca supe si lo maté o no, mi perro raspó la puerta de mi habitación y me desperté de sopetón.
Buen relato, me recordó un poco a una parte de la historia de Coraline y la puerta secreta...cuando la bruja (la otra mamà) se alimentaba de niños y luego reclutaba sus almas para no dejarlas libres. tu historia también se me hace semejante a la manera de vivir de los dementores... :)
ResponderBorrarsabías que esta historia fue un sueño?
BorrarGracias por leer! <3