—Tienes una facilidad de letras impresionante. Yo digo que es mejor que no te abstengas. No le niegues eso al mundo.
—Si lo hago es porque mala sí soy, pero no en entera esencia. Más bien, soy mala de pensamiento, de imaginación lúgubre y pícara; ese es mi tipo de maldad. Mi verdadera esencia destila las ganas de hacer el bien, de ayudar, cosas de esa índole que superpongan un velo que oculte lo que se genera en el pensamiento.
—¿Puedo decir que te amo mujer? ¿Y que amo como escribes? Yo feliz leería uno y mil libros tuyos.
—Claro que puede, hombre, lléneme el ego, que ese se me desinfla rápido y quedo no más que a merced de esa desdicha que insiste en gobernarme.
—Eres aghhh, refrescantemente, ¡misteriosa! Feliz de hacerlo yo entonces.
—Y yo me desmayo de vergüenza de leer estás resoluciones de confesionario, y me baño en la dicha de saber que no todo lo que hago es tan malo.
»Perdone, es que leer a Zafón me despierta la vena del glamour gramatical.
—Placer y honor que me haces al poder leerte.
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